Un alcalde manteado

UNA VEZ que te mantean no hay marcha atrás. Lo sabe el alcalde de Ponferrada, lo sabe el secretario general del PSOE y lo sabe cualquiera que haya sido manteado: el embrujo no se rompe nunca. A Sancho Panza lo apearon del burro y lo sacaron de una venta de techo bajo para tener como límite el cielo mientras Don Quijote, que era más listo que loco, desechaba la aventura quejándose tibiamente desde el caballo. Mantear es un acto que uno debe sufrir sin su consentimiento para atenuar el rídiculo a la desesperada. Sancho Panza se quejó y amenazó a quienes lo volaban como un muñeco, pues antes mantear no sólo era ridículo para el manteado sino que también él lo consideraba así. A Samuel Folgueral lo mantearon al salir del Ayuntamiento después de posar con el bastón de alcalde. Su primera medida debió ser apalear con él a los que lo agarraron para tirarlo a los cielos como Sancho Panza, pero se dejó ir entre carcajadas y esa imagen tumbó lo que tanto tiempo le costó negociar: el precio de su alma al diablo. Folgueral ya está manteado y pedirle que se retire de la alcaldía es como pedirle que se baje de los brazos de esos recios señores que lo sostienen. Dan seguridad, dan consistencia. Se cuenta que un hombre obligó a tirarse a su hijo de una roca diciéndole desde abajo: «No tengas miedo que te cogeré yo». Y tras estamparse el chaval, se acercó a su oído: «Esto es para que en la vida no te fíes ni de tu padre». Samuel Folgueral se echó a los brazos de un condenado por acoso y el manteo le perseguirá en su carrera como los fantasmas a los veteranos de Vietnam que se despiertan a gritos en sus casas de Biloxi. Siempre lo veremos manteado. Gobernará manteado. Tomará vinos manteado. E irá de casa al ayuntamiento manteado, como Abraracúrcix pero en movimiento. Ya no teme que le caiga el PSOE encima sino el cielo.